Fotografías tomadas por Francisco Pérez Sánchez, durante los años 1920 a 1930.
Las fotografías hacen referencia a la familia, hechos históricos, festejos y edificios emblemáticos.
Rescatar la memoria
A finales del año 2021 un volcán sometió toda una isla en las Canarias a una migración forzada por una catástrofe natural. Los vecinos salían de sus casas corriendo llevándose consigo aquello más valioso que consideraron. No era tecnología, no era ropa (al menos no toda), no eran muebles, ni tan siquiera libros.
Consigo llevaron algo de muda, enseres personales y el álbum fotográfico familiar, que portaban con fuerza entre las manos.
No es sorprendente ya que lo primero que necesitamos para sentirnos con identidad es la memoria, el pasado, que se ve refrendado con aquellos elementos que mejor la definen y guardan: las fotografías
Unos de los valores más apreciados hoy día en el terreno fotográfico es la recuperación de imágenes. Decenas de cazadores otean los mercadillos, casas y archivos con un fin claro y definido, la consecución de retales de la memoria que han pasado a una vida de olvido. Por poco más de unos cafés podemos llevarnos a casa objetos valiosos que descubrirán vidas ajenas y misteriosas, de personas sin identidad en muchos casos, que plasmaron un día de felicidad en una fotografía.
Anónimos rostros en vacaciones, fotografías carnet, paisajes sin identificar o postales familiares de diferentes épocas.
La fotografía es un símbolo de esa memoria que necesitamos tener.Ya lo remarcaban los replicantes en la fantástica película Blade Runner, donde las máquinas identificaban sus recuerdos con viejas copias en papel que protegían con celo.
El estrecho camino de la vida en los últimos dos siglos va acompañado de esas imágenes que nos permiten crear un concepto sobre cómo ha sido nuestra vida, una nota de aquello que hemos visto impreso en un papel que tarde o temprano, el mismo tiempo se llevará.
La poética de la fotografía no deja de sorprendernos y hace que un pequeño y desgastado papel con una imagen dentro sea un transporte inmediato a una historia y una vida que necesitamos completar.
Los libros familiares son escritos con luz y aunque hoy día son las RRSS quienes guardan esos momentos, el escalofrío de un apagón digital que pueda borrar esos recuerdos me transmite siempre inseguridad, ya que el tacto de la emulsión revelada me ofrece más seguridad y romanticismo.
Porque hablamos de sensaciones y éstas solo pueden ser palpadas.
En algunas familias, cuando exploran esa vieja casa o trastero abandonado, se descubre como un tesoro esa caja llena de fotografías y placas de cristal o negativos que un bisabuelo inquieto que, lleno de pasión, dedicó un tiempo de su vida a retratar todo aquello que tenía delante. Los seres más queridos, acontecimientos relevantes, paisajes originarios o simples detalles.
Sin formación visual ya que por aquellos años, las revistas gráficas no abundaban. Muchos de aquellos exploradores de la luz, simplemente metían sobre un recuadro todos los sentimientos y sensaciones que les llamaban la atención, siendo, sin saberlo, auténticos guardianes de instantes que, sin proponérselo, evitaron que se desvanecieran como lágrimas en la lluvia.
Javier Arcenillas, editor y fotógrafo